Iniciar un nuevo calendario nos invita a decidir qué deseamos para este año. En la práctica profesional el 2020 nos dio la oportunidad de enfrentar las limitaciones e incomodidades antes naturalizadas en la abogacía. En 2021 abrazamos las plataformas y experiencias no tradicionales para ganar amplitud. Hoy contamos con la fortuna de estar listos para crear lo nuevo en comunidad mientras acompañamos el desarrollo de la sociedad hacia un futuro de mayor bienestar y consciencia.
Envión
En época de balances nos dimos cuenta de que hasta 2019 estábamos en piloto automático. Nos eternizamos en la queja y culpamos al afuera, al otro, ya sean los poderes públicos, colegas, clientes o administraciones. Permanecíamos en la Matrix jurídico-legal. Era incómoda, pero a la vez conocida así que seguíamos adentro esperando las vacaciones o algún congreso para escaparnos de la cotidianidad. No existía un replanteo de lo que había que cambiar o de la posibilidad hacerlo. El día a día nos atrapaba.
El cambio siempre implica desafíos, abrazar el vacío total y alinearnos con la incertidumbre, algo a lo que nos invitó el 2020. Fue a través de un freno impuesto de repente. Quedamos dentro de nuestros hogares, lejos de los estudios y los tribunales y más cerca de nuestras luces y sombras. Después del shock inicial descubrimos que existían redes digitales en las que podíamos sostener el trabajo y la atención de otra forma. Nos dimos cuenta del sacudón y cada quien descubrió diferentes posibilidades de creación.
El 2021 nos mostró que nada iba a ser cómo era antes, tanto para nosotros, los profesionales, como para los clientes. No había normalidad a la que volver. En cada ámbito, cada microuniverso, cada equipo de trabajo, se fue creando lo nuevo. En la abogacía, por ejemplo, nos dimos cuenta de que las largas colas de tribunales podían evitarse en parte por los trámites digitales.
El 2022 es el siguiente desafío y oportunidad. Después de dos años de mutación y transmutación tenemos la posibilidad de comenzar a crear lo nuevo desde lo que emerge, desde lo que sucede y sin un plan concreto, sino alineados a la intención y al anhelo de nuestro propósito y sentido de trascendencia.
Tenemos la chance de abrirnos a otra forma de la práctica profesional que responda a la necesidad, misión y sentido personal, y desde ahí diseñar la nueva realidad.
¿Qué es lo nuevo?
Durante los últimos años entendimos y pudimos contactar con la vocación de servicio que da un propósito más allá del de generar dinero y esperar a una jubilación o el tiempo libre para disfrutarlo. Cada uno ha encontrado espacios donde nos hemos enfrentado con la chance de construir lo nuevo.
En la abogacía las prácticas emergentes –la justicia restaurativa, el derecho colaborativo, las mediaciones, la justicia sistémica, por mencionar algunas– siguen ganando protagonismo porque se alinean con las necesidades humanas y sociales actuales de tender a la armonía, paz, celeridad y cooperación.
Lo que evita abrirnos y abrazar lo nuevo es la famosa zona de confort (lo conocido, lo típico y habitual) que para muchos se nos volvió incómoda durante 2020. Algunos profesionales creen que se puede volver a cómo era el mundo y la práctica antes del 2020. También habrá clientes que sigan en la búsqueda de ese tipo de abogacía, pero en ambos casos obtendrán los mismos resultados. Del otro lado, estamos quienes encendimos un espacio, cuál fogata que se renueva, transmuta y transforma abriéndose a cada vez más personas.
Hoy tenemos la oportunidad de afianzar una comunidad que sea identificada por las personas como quienes van más allá de ayudar a resolver conflictos y se convierten realmente en guías poderosos del crecimiento individual y colectivo de la sociedad.
Este camino no se reduce a lo discursivo. Demanda compromiso, un profundo proceso de autoconocimiento, paciencia y trabajo en nuevos paradigmas y habilidades que sostengan un acompañamiento legal, afectivo y vincular innovador hecho de contratos conscientes, espacios seguros y respuestas integrales. La invitación sigue en pie.