Nuestra relación con la Luna. ¿Magia o ciencia?

Nuestra relación con la Luna. ¿Magia o ciencia?

Desde hace muchos años intuitivamente practico meditaciones de Lunas, tanto en Luna nueva como en Luna llena. Poco a poco se fueron sumando amigos y amigas a mis meditaciones, descubriendo juntos el poder de las intenciones, manifestaciones y declaraciones realizados en cada Luna; identificando el poder del ritual y descubriendo un espacio interno que es desconocido pero disponible a la vez.

Hasta aquí mi relato parecería medio “mágico-místico-primitivo”, pueden quedarse con esa percepción, o pueden acompañarme a conocer los estudios realizados por el neurocientífico Mark Filippi, esa es la invitación que les hago el día de hoy.

El Dr. Filippi ha explicado la relación entre la luna y los neurotransmisores del cerebro. Y ha creado un método somático, por el cual postula que la serotonina, la neo adrenalina, la acetilcolina y la dopamina se activan de acuerdo con cada fase lunar. También asoció las fases lunares con los cambios emocionales, individuales y colectivos.

Sabemos que la Luna controla las mareas, y también sabemos, que nuestro cuerpo está compuesto en un 70% por agua, o sea, podríamos decir que dentro de nuestra “Tierra/Cuerpo”, tenemos agua representada por diferentes fluidos.

La luna es como un reloj interno que nos lleva por un ritmo inconsciente, cuando ponemos luz y conciencia en ese reloj podemos capitalizar en nuestro favor sus ciclos, los solsticios y las estaciones. Así lo hacen incluso hoy en día los chinos y hebreos, usan la base del conocimiento lunar para dar coherencia y estructura a sus vidas.

La Luna, el Coaching Jurídico y los niveles de consciencia.

En el curso que imparto sobre Coaching Jurídico Transformacional (si te interesa saber más sobre este curso puedes ingresar en este link) abordo con mis alumnos los niveles de conciencia; quisiera detenerme en aquel denominado “mágico – animista”, que forma parte del sistema de creencias de las culturas más antiguas de la humanidad. En este nivel, se plantea que el espíritu y la materia no están separados, tampoco el hombre y la naturaleza, el hombre es consciente de su participación en el mundo y busca aprender de la naturaleza en vez de intentar dominarla. 

Los ciclos de la Luna, las estrellas, los solsticios, eran parte de la vida de los pueblos y los humanos tenían una relación de respeto total y apertura al aprendizaje de estas manifestaciones.


Podemos identificar y caracterizar a estas culturas por la realización de sus rituales con el Sol, la Luna, las siembras y cosechas, con la vida en tribus, y clanes, por la seguridad dada en la configuración de grupos donde todos sentían que pertenecían a algo más grande, que eran parte de una fuerza universal. Honraban a sus ancestros, y a todos los reinos de la naturaleza, con sus ciclos y los ciclos de vida del ser humano. 

Con el tiempo, estas ideas y costumbres fueron desplazadas por el predominio de las religiones, a través de las cuales se dio más valor a un Dios único, a lo que luego se sumó la instrumentalización del saber científico, un tipo de razón que predominó en nuestros tiempos hasta hoy en día. 

Cuando decidimos vivir en una construcción cultural que compartimentó el mundo interno espiritual, reservándolo exclusivamente a las religiones; y el mundo externo, reservándolo exclusivamente a la ciencia y la razón; fue donde nuestro SER se separó. Y así seguimos por muchos años hasta que llegó la física cuántica, en 1925, que nos demostró que en realidad somos energía, como cada una de las partículas que habitan el universo. En un descubrimiento más reciente podemos hablar sobre epigenética, es el estudio de los mecanismos que regulan la expresión de los genes sin una modificación en la secuencia del ADN. Establece la relación que hay entre los cambios en nuestros genes y cambios en nuestro entorno, pensamientos y emociones. 

O sea, derriba el mito de que somos “víctimas y estamos condenados por nuestros genes”, tenemos el poder personal de elegir nuestro entorno y sostener una emocionalidad determinada que permita cambiar nuestra herencia genética.

Debemos ser conscientes del poder de cambio que subyace en nosotros mismos. Nuevamente la ciencia confirma el vínculo entre la energía y la materia.


Fueron muchísimos siglos bajo un fuerte predominio de la razón, creyendo en la separación entre el mundo interior y el mundo exterior. Muchos siglos donde el mundo “mágico – animista” fue totalmente denostado. Sin embargo, hoy podemos volver a recibir y a adoptar este nivel de conciencia, que nos regala el entendimiento y el vínculo que tenemos los seres humanos con la naturaleza, con el universo y sus infinitas estrellas.

En el caso de los rituales de meditación de Lunas o la celebración de solsticios, que comenzaron a tener un mayor espacio en los últimos años, he podido experimentar con suma alegría, la compañía de cada vez más conocidos y amigos que lo han incorporado dentro de sus propias rutinas e incluso lo han llegado a practicar junto a sus familias.

Yo lo mantenía en secreto, o sea, no lo publicaba por esa creencia también mía de que estas prácticas eran algo raro. Sin embargo, cuando veía el efecto en las personas y el constante pedido por continuar guiando e impartiendo estas reuniones de Lunas, yo seguía cada vez más convencida de que este era un camino positivo y sanador.

Empecé a darme cuenta, que esas memorias de conexión con el universo, con la Luna y las estrellas, estaban en todas las personas que hacían las meditaciones y que generaba un gran alivio en el sistema emocional, “algo interno se acomodaba”. 

¡Claro, la reconexión del mundo interior con el mundo exterior genera un gran alivio!

En este tiempo diferente, inédito y sorpresivo que nos trajo el 2020; donde sentimos un movimiento en nuestra vida que alteró nuestras rutinas, tenemos el gran regalo de retomar el contacto con nuestra brújula interna y toda la sabiduría de las culturas más antiguas, ahora validada por la ciencia; mirando todo, quizás, con más respeto y menos arrogancia. Y comenzar a crear en nuestro interior la fortaleza que requiere este mundo líquido para poder surfearlo y no ser arrastrados por las olas. 

Entonces, ¿magia o ciencia? 

¿Y si soltamos los sesgos y simplemente probamos?

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